Para celebrar el año nuevo, Celia Cruz hizo mover la cadera de un par de amigos franceses. De vez en cuando me permito importar un pedazo de sol de América Latina, en las primeras horas del 1 de Enero tenía que poner salsa. En un ambiente festivo, quince personas en mi sala y sin el corcho que salió volando por la ventana, me propuse lo que en dos años no he podido hacer: bailar salsa con un francés. Sin muchos voluntarios y con el volumen resonando en todo el edificio, se me salió el bailao, me puse de pie, miré alrededor, escogí a un invitado y le mostré lo primero que hay que hacer para empezar el ritual: poner la mano derecha en la cintura de la dama y tomar su otra mano con la izquierda a la altura de los hombros. De fondo: La vida es un carnaval, ¡qué ganas de bailar!, ¡qué cantidad de meses sin chucu-chucu!, ¡qué alegría produce gritar Azúcar!, ¡qué maravilloso sería lograr compartir eso con mis amigos que me han compartido tanto de su cultura!
Una vez la posición adoptada, escogí el paso básico para bailar: pierna derecha al lado derecho, pierna derecha al centro, pierna izquierda al lado izquierdo, pierna izquierda al centro. Con un poco de swing, unos coctelitos bien hechos y un poco de paciencia, uno puede bailar hasta varias canciones repitiendo ese movimiento, es más, uno puede no cambiar de pareja durante media hora y terminar conociendo su vida entera. Así me pasaba cuando era adolescente, con mi mejor amiga íbamos a fiestas de amigos, de conocidos, de amigos de amigos, del colegio, del barrio y hasta de desconocidos en la famosa calle de la ciudad en donde los bares y las discotecas abrían hasta las 3 de la mañana. El hombre escoge, la mujer acepta o no (nosotras siempre aceptábamos); el hombre propone las vueltas y los cambios de paso, la mujer lo sigue con astucia evitando pisarle los zapatos; el hombre mira a la mujer directo a los ojos, la mujer empieza una conversación (o viceversa); el hombre y la mujer bailan el tiempo que las piernas aguanten si hay química en los cuerpos y en la conversación. Así aprendí a bailar salsa, creo que así aprenden la mayoría de personas, – ¿Pero también es un baile para coquetear, no? – Si así lo decides, sí. También puede ser un baile para divertirse sin otras intensiones. –Entiendo. – Un, dos, tres, un, dos, tres, no mires los pies, diviértete. Pasamos a La negra tiene tumbao, incorporé una vuelta básica a nuestro pequeño repertorio de pasos de salsa: el famoso Ocho, -ça s’appel le Ocho, comme le huit, le decía presentándole lo que parecía una acrobacia. Siempre jugando el curioso reto de traducir lo intraducible. La mano derecha a la altura de la cintura, abierta sobre la espalda, para empezar la vuelta; cuando la mujer ve que el hombre pone la mano ahí entonces entiende que tiene que poner la mano sobre la suya para hacer El Ocho, es implícito, pon la mano. –Oh là là! –Ves, se llama Ocho porque haces dos vueltas como la forma del número 8. – ¡Otra vez! –Dobla el brazo, para que no te duela. – ¿Así? – ¡Exacto!, ahora más rápido – ¡Genial! – Ahora cuando terminemos el Ocho, me acercas con los brazos y seguimos haciendo el primer paso que te mostré. Y pasamos a Que le den candela, lo estaba logrando, ¡bailar salsa de nuevo!, mi amigo parecía interesado, motivado y feliz, qué mejor manera de empezar el año que bailando. – ¿Sabes que en Francia tomar la mano de alguien es algo muy simbólico? –-¿Ah sí? –Cuando le tomas la mano a alguien es porque es tu pareja o porque estás coqueteando y la persona se muestra interesada. –Veo, ¿aunque sea en un contexto diferente? –En el contexto en el que estamos, una fiesta, puede no significar eso si de antemano se sabe que me estás enseñando a bailar, pero si no se aclara entonces la persona puede pensar que le estás coqueteando, ¡el contexto es súper importante! – ¡Y eso que no te he mostrado los otros pasos! –Y cuando le pones una mano en la cadera a alguien quiere decir que estableces un contacto físico con esa persona, que están más cerca y los dos aceptan. –En Colombia cuando bailas salsa con alguien puedes aprovechar para coquetear también, pero aunque haya mucho más contacto físico que en la cultura francesa no significa lo mismo; si para bailar hay que poner una pierna entre las piernas del otro no siempre quiere decir que estás pensando en invitar a tu pareja a tomar un café y conocerla mejor. – Aquí nunca es la mujer quien busca al hombre para proponerle salir a bailar, es el hombre casi siempre, si un día estás en una fiesta y sacas a bailar a un tipo que no conoces tal vez tu chico no se ponga muy contento. –Entiendo, bueno… ¡tú me conoces bien, sigamos bailando!. “Yo tengo un corazón de rumba que huele a calles de Cuba, tabaco, café, y chango”, esta mujer es increíble. No es que los europeos no sepan bailar, como dicen en la tierra de la salsa, es que los códigos son diferentes, las personas se tocan menos y la guachafita pasa primero por la palabra que por los gestos. Ese amanecer no pude bailar más de tres canciones pero una vez más esta cultura me sorprendió, lo que empezó como un curso exprés de salsa terminó en reflexión sobre las diferencias del contacto humano según el país en el que me encuentro. Son espejos que se paran frente a mí y me devuelven la imagen de la persona que soy: cuyabra, quindiana, colombiana, latina, extranjera. Y entonces uno se va construyendo, pegando los retazos, compartiendo tradiciones, deshaciendo costumbres, mezclando acentos, inventando palabras, cambiando pavo por fois gras, aprendiendo de todos, escuchando sin brindis, bailando sin bailar.
Por Laura Hernandez
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