Doña María Irene Jaramillo aprendió a hacer arepas cuando solo era una niña, las armaba en barro y las asaba en un montón de leña que ella misma recogía. Cuando estaban doradas, orgullosa, se las mostraba a la abuela, quien la animaba a continuar “porque algún día, cuando estuviera casada, las iba a tener que preparar”.
Ese día llegó hace 15 años, cuando convenció a su esposo de montar un negocio de venta de arepas en el barrio Simón Bolívar. Lo hizo porque se cansó de lavar, planchar y hacer oficio en casas ajenas, por un sueldo que no compensaba el esfuerzo.
“Empezamos con 2 kilos de maíz. Nos fue muy bien porque rápidamente fuimos ganando clientela y tuvimos que cocinar hasta una arroba y media. Como no teníamos molino, mi esposo se levantaba a moler a la 1 a. m. para poder empezar a vender a las 6 a. m.”, relata.
Por esa época, debían cocinar el maíz en unas ollas grandes, que exigían mucha paciencia y mucha leña. Sin embargo, el sacrificio valía la pena, ya que la venta, tanto en la mañana como al caer la tarde, iba muy bien. A doña Irene y a su esposo poco les importó que sus hijos sintieran pena por ver a sus papás vendiendo arepas, aunque pronto tuvieron que reconocer que era mejor que la construcción o el servicio doméstico.
En pocos años el negocio cambió. Apareció quien les suministrara la masa y consiguieron un mejor punto de venta en el barrio vecino de Bosques de Pinares, allí la venta se consolidó hasta que, hace 5 años, se quedó viuda. Sin su compañero debió limitarse a vender solo en las mañanas, ya que el cansancio de los años y la soledad le empezaron a pesar.
Hoy trabaja entre las 6 y las 10 a. m., entre semana vende, en promedio, unas 200 arepas, mientras que sábados y domingos la jornada se extiende unas horas, para vender más de 250. En un día normal se ha llegado a ganar hasta $22.000 mientras que en los extraordinarios hasta $50.000, un buen monto, teniendo en cuenta que la obligación del hogar es compartida con una de sus hijas.
Este año, gracias a la Secretaría de Desarrollo Económico del municipio de Armenia, recibió un nuevo módulo para la venta de arepas. Un carro techado y equipado para asar, con el cual se siente feliz, porque le permitió incrementar la producción, porque es cómodo y le da una mejor presentación al negocio.
Doña María se ganó el primer puesto en el concurso de la Mejor Arepa Callejera de Armenia, según ella por la amabilidad con la que atendió a los jurados, pero sobre todo por el amor que le pone a cada preparación. “Ese es mi mensaje para todos los que venden arepas en Armenia y el Quindío, que las hagan con mucho amor y que atiendan a la clientela con mucho cariño, pues vender arepas es un oficio muy honrado”.
