En una madrugada marcada por el silencio y la incertidumbre, Damasco despertó al anuncio del fin del régimen de Bashar Al Assad. Tras una ofensiva relámpago de apenas 10 días, los rebeldes irrumpieron en la capital siria sin encontrar apenas resistencia, sellando el sorprendente colapso de un gobierno que, por más de cinco décadas, fue un símbolo de férreo control y represión.
La ofensiva insurgente comenzó en Idlib, en el noroeste de Siria, avanzando de forma implacable y rompiendo las líneas gubernamentales que una vez parecieron inquebrantables. El alto mando militar comunicó a sus oficiales la noticia: el gobierno de Bashar al Assad ha caído. Funcionarios confirmaron que el presidente derrocado huyó de la capital en plena madrugada hacia un destino desconocido.
El régimen de los Assad, iniciado por Hafez al Assad en 1970, terminó en una escena que contrastó radicalmente con su llegada al poder. Bashar, quien asumió en el año 2000 con la esperanza de reformas, se aferró a las viejas tácticas de su padre cuando estallaron las protestas en 2011. Lo que comenzó como una ola de manifestaciones pacíficas derivó en una brutal guerra civil que dejó más de medio millón de muertos y millones de desplazados.
El principio del fin
La caída del régimen parecía impensable hace apenas una semana. Los insurgentes, comandados por la facción Hayat Tahrir al Sham, avanzaron desde el sur hasta llegar a las puertas de Damasco. Explosiones y disparos resonaron en la ciudad mientras los soldados abandonaban sus puestos.
La televisión estatal fue tomada por los rebeldes, quienes proclamaron en vivo una “Siria Libre”. Miles de prisioneros políticos fueron liberados en medio del caos, y las calles se llenaron de ciudadanos celebrando el fin de una era de opresión.
En un mensaje difundido por redes sociales, los insurgentes declararon: “El tirano Bashar al Assad ha huido. Declaramos Damasco libre y llamamos a todos los desplazados a regresar a una Siria sin miedo”.
La incertidumbre de un nuevo comienzo
La caída de Bashar al Assad no solo representa el fin de una dinastía, sino el inicio de una etapa incierta. El primer ministro saliente, Mohammed Ghazi Jalili, pidió a los rebeldes pensar en el futuro del país y ofreció una transición pacífica. Mientras tanto, Rusia e Irán, otrora garantes del régimen, se mantienen en silencio tras el desmoronamiento del gobierno al que apoyaron durante años.
El amanecer de este domingo no solo trajo el fin de una guerra de 13 años, sino también la esperanza de una nueva Siria. Tras décadas de miedo, los sirios vislumbran una oportunidad para reconstruir su nación. Sin embargo, los desafíos son inmensos: un país devastado por la guerra, una sociedad fracturada y la sombra de viejas alianzas que aún podrían influir en el porvenir.
La caída de Assad, un hombre que alguna vez fue visto como un reformador potencial, deja una lección amarga y una nación al borde del cambio. Hoy, Siria despierta no solo con la promesa de libertad, sino también con el peso de un futuro por definir.