Por más de una década, el colorido plumaje de una guacamaya azul y amarilla (Ara ararauna) se desvaneció entre las paredes de un hogar en Sonsón, Antioquia. Sin libertad para extender sus alas, el tiempo le pasó factura: el estrés y el confinamiento la llevaron a arrancarse sus propias plumas, un reflejo del sufrimiento silencioso que padecen muchas especies en cautiverio.
Su historia cambió cuando una denuncia anónima alertó a la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare) sobre su tenencia ilegal. La rápida acción de la Policía Nacional permitió su rescate y posterior traslado al Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre (CAV), donde un equipo de expertos la recibió con preocupación.
El diagnóstico no tardó en llegar: síndrome de picaje severo, una condición en la que el estrés extremo y el confinamiento prolongado llevan al ave a automutilarse. Su plumaje presenta graves complicaciones, lo que evidencia el daño causado por años de encierro.
Ahora, la guacamaya enfrenta un largo proceso de rehabilitación. Su recuperación dependerá de su capacidad para readaptarse a un entorno más natural y superar las secuelas del cautiverio.
Las autoridades ambientales insisten en la importancia de denunciar este tipo de delitos y recuerdan que la libertad es el único destino que debe tener la fauna silvestre.