El Premio Nobel de Literatura le fue otorgado a la poeta estadounidense Louise Glück, por su “inconfundible voz poética, que, con una belleza austera, torna la existencia individual universal”, dijo la Academia Sueca, desde Estocolmo.
Louise de 77 años de edad nació en New York el 22 de abril de 1943. Se formó en la tradicional universidad de Columbia. Es reconocida por publicar doce colecciones de poesía y ensayos sobre el género. Vive en Cambridge, Massachusetts y es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras, además de desempeñarse como profesora de inglés en la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut).
Matts Malm, secretario permanente de la Academia sueca, anunció que la poeta recibirá este premio, que se suma al Pulitzer que ganó en 1993 por “El iris salvaje”, el National Book Critics Circle Award por Triumph of Achilles y el Premio de la Academia Americana de Poetas por el libro Firstborn, entre muchos otros.

La cadena alemana Deutsche Welle (DW) expresa, “En sus poemas, la autora explora sus sueños y desilusiones, inspirada por la búsqueda de la verdad tras la ilusión de los mitos y los motivos clásicos, las voces de Dido, Perséfone y Eurídice, los abandonados, los castigados, los engañados”. Por otro lado, la Academia agrega que dentro de sus escritos, “el yo escucha lo que queda de sus sueños e ilusiones, y nadie puede ser más duro que ella para afrontar las ilusiones del yo”.
Según el secretario permanente de la academia, Ander Olson, en sus ensayos, Glück ha dialogado con otros poetas claves de la lengua inglesa como T.S. Eliot o John Keats.
Y para la muestra un botón: Amante de las Flores del libro Ararat (1990):
En nuestra familia, todos aman las flores.
Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:
sin flores, sólo herméticas fincas de hierba
con placas de granito en el centro:
las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras
llena de mugre algunas veces…
Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de
ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
No todo prospera en Long Island.
El verano es, a veces, muy caluroso,
y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.
Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,
eran tan frágiles…